miércoles, 20 de junio de 2012

libretita verde, de Rotorua a Napier.


Luego de una larga tomada de chocolate caliente respondió por fin mi amigo Shane (Cheynne). Diciendome que me pasaba a buscar por donde estuviera, me hizo sentir a salvo. A eso de las 7.30 (noche cerrada en NZ) llegó con dos compañeras del trabajo a las que tenía que dejar en sus casas.

En el momento que me subí al auto estoy segura de que palidecí. Mi cerebro decía: con quién estás, yendo adónde, lo conociste hace muy poco, mirá si la mamá o él están locos. Mi ser decía, tranquilízate, lo conoces y confiás en él, déjate llevar un poco, un poquito.

Compramos unas cervezas y seguimos rumbo a la casa, un camino largo y sumamente oscuro. Shane me explicaba que estábamos rodeando el lago, y yo con mi conflicto interno no podía disfrutar demasiado. Al fin llegamos.

Llegamos a la casa, qué momento. Como la mayoría de los hogares neozelandeses, era de madera estilo prefabricada y con un toque del sur de EEUU. Estaba la mamá adentro, cocinando Karen. Una diosaza. Rubia color ceniza, de ojos claros y cara curtida. Me ofreció muchas cosas e hizo sentir como en casa.

Miramos un rato de TV hasta que estuvo la cena y comimos en los sillones mirando también TV. Series como “desesperate housewives” o “revenge”. A Karen le gustaban y Shane las odiaba, yo me reía de sus peleas amistosas y por lo bien que se llevaban. Como amigos.


Te cuento un poco de Shane. Es un kiwi (en realidad es australiano) super eléctrico. Lo conocimos en la packhouse donde iba todo el tiempo a mil y no se aburría de ayudar a los demás. Todo empezó cuando él me hizo una broma de lo bajita que era. Así de a poco fuimos agarrando confianza, y con el resto.

Me contó que tiene 29 años y dos hijos, Gemma y Cruz. Chiquitos. Que la mamá de sus hijos está loca y que los ve muy poco y extraña muchísimo. Es muy atento y se ve desde lejos que es buena persona. Cuando nos veía cara rara no dudaba en preguntar si estábamos bien e intentaba hacernos sonreír.

Fue así que cuando le conté de mi partida sola lo primero que hizo fue invitarme a su casa. Una semana, me dijo primero. Así vamos a pescar y te llevo a recorrer de verdad. Noo, le dije. Entre que tú estás trabajando y yo tengo que llegar al sur en una semana mejor solamente te visito un día. Pero quédate en casa.. No sé, veremos.


La cena estaba buenísima a no ser porque el elemento principal era el pollo, acompañado de arroz, papas, brócoli y alguna otra verdura. Como buen hijo Shane se quejó del brócoli. A mi me dijeron un millón de veces que comiera solo lo que quisiera. Y así lo hice. Me dio un poco de vergüenza el dejar el pollo pero el plato era enorme y todos dejaron bastante.

Cada tanto salía a acompañar a Shane a fumar, una de las veces cruzamos la callecita hasta un descampado que daba al lago. No había más que oscuridad ya que la luna no nos acompañaba y no había muchas casas alrededor. Sin luces en las calles o los típicos lugares, nada.

Las estrellas sí que estaban todas y en su mayor esplendor. El ruido, la canción del agua, y las estrellas.

Me ofrecieron bañarme pero me daba frío. Todo el tiempo me ponían la estufa en los pies, todo, llegué a tener calor.

Me instalé en el cuarto de la hijita aunque me ofrecieron cambiar con Shane por si hacía mucho frío y me llevaron la estufa. Mucho rosado. Dejé el celular y la linterna debajo de la almohada y me quedé de sobremesa escuchando música y charlando hasta que para variar me quedé dormida en el sillón y me levantó para que me fuera a dormir.

Metí el sobre adentro de la cama ara anular el frío y verdaderamente dormí perfecto. No me desperté ni una vez ni tuve frío. A las 6.30 me levanté, armé la mochila y tomé un té de desayuno con Shane. Saludé a Karen y le agradecí muchísimo. Me repitió muchas veces que nunca me sienta sola en NZ ya que siempre tendré lugar en su casa.

(Pausa: Ahora estoy en un hostal en Napier y dos inglesas comen mandarina tomando vino, rarísimo)

Shane me dejó en la estación de ómnibus con un fuerte abrazo y un “nos volveremos a ver”.

 Averigüé y el próximo ómnibus salía a las 10 y pico y todavía eran las 8. Me conecté y se hicieron las 9. Seguía sobrando tiempo y por si las dudas fui hasta la ruta a hacer dedo, solo a mujeres o a parejas como me aconsejó Karen. A los 15 minutos paró un hombre al cual no le hice dedo pero lo había visto en la estación por lo que sabía que quería un viaje. Se llamaba Tim o Jim, era neozelandés y me hizo acordar un poco a Álvaro Ribas. Me subí porque tenía una camioneta tipo familiar.

Le conté un poco de mí y obviamente casi no conocía Uruguay, sólo de nombre.

Me contó que él no había estudiado de joven (como la mayoría) y que había decidido estudiar ahora algo así como consejero matrimonial (ahí pensé que capaz estaba medio loco obsesivo con algo) y consejero de niños conflictivos (ahí me tranquilicé).

Que tenía dos hijos, uno de 23 casado que se iba en breves a trabajar a Australia y luego su familia.

Estuvo casado durante 20 años con una mujer cuya familia era de la Polinesia y la venía a visitar muy seguido. Parece que su casa estaba siempre siempre llena de gente y eso lo cansó. Ahora son amigos y ambos se volvieron a casar.

Él trabaja viajando por NZ, una semana viaja, la otra vive en Auckland. También toca la batería en una banda. Hasta el año pasado tocaba con su banda de hace 18 años en pubs, restaurantes y fiestas. Por su trabajo y por otro de la banda se tuvieron que separar. Canoso de ojos y piel clara. Se pasó de su destino por ir a llevarme hasta el centro. Me dejó frente a McDonalds por si quería almorzar sobre el lago. Justo me llegó un mensaje de que las chicas estaban frente a Mc, en el lago. Increíble.

n  Tim me contaba que casi no había salido de NZ pero que quería visitar a un amigo en Canadá desde hace tiempo. No va porque es muy caro. Yo le dije que se lo ponga como un objetivo porque sino nunca o iba a hacer y que imposible no era.

Terminé de desayunar con las chicas en una mesita frente al lago de Taupo. Divino. Montañas nevadas de fondo, café en las manos y patos en el lago. Después de ir al baño y lavarnos los dientes en Mc (como siempre) partimos en el auto a recorrer un poco.

Fuimos a un parque natural donde había un río de agua de color increíble y que corría con una fuerza demencial entre grandes paredes de rocas. En un momento desembocaba como catarata en un enorme lago cristalino. El camino lo cruzaba un puente y lo costeaba.

Después recorrimos un par de lugares, y ya frustradas porque todo era muy caro, llamamos a averiguar a un lugar de piscinas termales. Nos gustó el panorama. Resultó que por 200 dólares teníamos alojamiento para 5 y acceso a las pisinas hasta las 9.30pm. Pero por 100 había para 4, por lo que yo decidí dormir en el auto y así nos pusimos el bikini y al agua. El agua hervía. Eran piscinas en el medio de árboles, de vegetación, de selva. El agua enía de debajo de la tierra y tenía que ser enfriada. Había un super tobogán al que inauguramos. Éramos niñas en algunos momentos y jubiladas en otros, recostadas horas sobre los chorros de agua de ojos cerrados.

Cenamos fideos con salsa 4 quesos cocinados en una “olla eléctrica” o algo así. No teníamos otros utensilios! Muertas de sueño nos fuimos a dormir.

Hoy 8.30 arriba, a hacer los bolsos y decidir adónde ir. Yo me decidí por Napier y las chicas por el este. Sigo con mi pedacito de ruta sola, esta vez separada de verdad. ME dejaron en el i-site y averigüé el ómnibus más próximo. Era a la 1.05, y eran las 10. Me fui a Mc para conectarme un poco a internet y a las 11 fui a recorrer el lago. Bajé a la mini playa y saqué un par de fotos. Fui al pack n save a comprarme agua, 2 manzanas y unas galletitas, no sin antes comerme mi sándwich en la mesita frente al lago.

Subí al ómnibus. El conductor cada tanto contaba historias sobre lo que veíamos. Dicen los maoríes que esas montañas son una mujer embarazada, pero hay otra leyenda que bla bla. Los paisajes variaron, siempre muy lindos y montañosos. A veces verdes y a veces terracotas. Esos me encantaron. Los secos con bordeaux y colores crema, amarillos (se está poniendo frío) De a ratos me dormí y de a ratos miré.

Me hacían acordar mucho a mamá. Los colores, las plantas. Terracotas. Mamá.

Llegué a Napier con mi “lonely planet” en la mano en búsqueda de un backpacker. Entré en el primero que me recomendaba l libro, con una estética muy Art Decó, sobre la peatonal de la mini ciudad. (Criterion Art Deco Backpacker)

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