martes, 11 de abril de 2017

Melbourne - Sydney reporte

Y así estaba, con tres dólares en la cuenta bancaria. Hoy me contemplo, tan solo unos días después, y admiro un poco mi temple tranquilo. Todo llegó a su justo momento, la plata no llegó cuando no la necesité de verdad. Pero cuando hubo un alquiler que pagar, distintos factores ayudaron a hacerlo. Y cuando los tres dólares no eran suficientes para comer, una amiga recibía comida gratis de su trabajo que llegaba a mis manos. Pero la tranquilidad me sorprendió. El jugar con la propia cabeza y sin esfuerzo ver como miramos la vida suceder, sabiendo, como esa magia eterna, que todo pasa como tiene que pasar y lo que hoy vivimos por algo es. Y que a veces es necesario tirar de la piola del equilibrio, porque el mundo es eso, un juego de equilibrios y desequilibrios, que a veces precisan movimiento, tirón, pero a veces no. 

Y dejarla suceder, es tan lindo que se vuelve adictivo. Me da miedo ser tan pacífica, reaccionar tan simple y con un entendimiento tan seguro de que todo va a estar bien, no debe ser del todo bueno. Pero la suerte acompaña al azaroso, eso lo entendí hace mucho. 

Y Melbourne me guió en sus movimientos, me distorsionó al principio, me engañó con su belleza y entré en su juego mentiroso. Después me abrumó, llegó mi lado sereno y me pidió atención, y no pude tolerar la fuerza de la ciudad, abrí los ojos. Para luego entrar en un ritmo más marítimo, en el lado lindo de la marea, entender de a poco las calles y agarrarle el gustito al pavimento. Al festivo. Al color. Al encuentro más casual. Al grupo callejero. Al horario peligroso. Al descuido de algunas cosas. Al escape. El escape lo encontré como siempre en el mar, en el deporte, en el dibujo. Que de a poco empezaron a formar parte de la marea de pavimento, de mi marea. 


Hoy me encuentro siguiendo un instinto. Una decisión que se suponía mal tomada, pero que en el fondo se sentía bien. Me estoy yendo a Sydney, a trabajar muchas horas por un sueldo que estaba ganando por 4 horas. Pero qué bien se siente, una nueva aventura justo antes de volverme loca entre las olas. Con personas piolas que veremos como resultan, me encanta haber seguido mi instinto, ya que suelo seguir los consejos. 

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Primer mala señal: mucha luz. Segunda mala señal: mucha luz. La luz es buena de día, pero la noche fue inventada para algo; porque la oscuridad nos descubre, nos cubre con su capa y nos saca las nuestras, para dejarnos un rato más libres, más instintivos. 

Una fiesta de mucha luz llevó a otra de mucha risa donde la sabia ciudad con su marea nocturna hizo de nosotros lo que quiso. 
Y nos dejó ahí, sentados/acostados en el sillón de esa ciudad mágica, preguntándonos si todo eso era real, y si era el destino que nos había puesto al lado de esas personas, o eran esas personas quienes nos habían acercado a este destino. 
Creo que un poco de ambas. 
La magia de la oscuridad adornada, de plantas, paraguas, instrumentos, lucesitas, colores, y perfección enteramente imperfecta. Con su toque místico, su ambiente acogedor y deslumbrante, conocer este lugar es un viaje sin retorno. 
Este mundo es un viaje sin retorno. 

Seguir abriendo los ojos. La ciudad no es solo gris ni solo pavimento, pero sí es cierto que todo es diferente y que encontrar la paz lleva un poco de nadar contra marea, también un poco de locura ante el resto, y mucho de voluntad. 

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